miércoles, 10 de agosto de 2011

Reseña de Antropología de la sobremodernidad de Marc Augé

http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=31600310

Ulises - Dante - Borges.-

.No se ha indicado aún, que yo sepa, una afinidad más profunda:

la del Ulises infernal con otro capitán desdichado:

Ahab de Moby Dick.

Este, como aquél, labra su propia perdición

a fuerza de vigilias y de coraje;

el argumento general es el mismo,

el remate es idéntico,

las últimas palabras son casi iguales.

Schopenhauer ha escrito que en nuestras vidas nada es involuntario;

ambas ficciones,

a la luz de ese prodigioso dictamen,

son el proceso de un oculto e intrigado suicidio.

El último viaje de Ulises

de Jorge Luís Borges

[DESDE NUEVE ENSAYOS DANTESCOS]

martes, 9 de agosto de 2011

La recóndita clave de mis años

Poema conjetural

Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido
huyo hacia el sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán de Purgatorio
que huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzó
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.
1974

Vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó

Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba.
El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo.
Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres),
vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo,
vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó,
vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos,
vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré,
vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo,
vi un cáncer de pecho,
vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol,
vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland,
vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche),
vi la noche y el día contemporáneo,
vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala,
vi mi dormitorio sin nadie,
vi en un gabinete de Alkmaar
un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin,
vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba,
vi la delicada osadura de una mano,
vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales,
vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española,
vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo,

vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos,
vi todas las hormigas que hay en la tierra,
vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino,
vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo,
vi la circulación de mi propia sangre,
vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte,
vi el Aleph, desde todos los puntos,
vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara,
y sentí vértigo
y lloré,
porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural,
cuyo nombre usurpan los hombres,
pero que ningún hombre ha mirado:
el inconcebible universo.
Sentí infinita veneración, infinita lástima.

Referencia: El Aleph, cuento de Jorge Luis Borges
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sábado, 6 de agosto de 2011

Borges, hacedor de ficciones. Una guía del laberinto.

http://www.cuentayrazon.org/revista/pdf/025/Num025_010.pdf
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«A menudo me preguntan cuál es mi mensaje; la respuesta obvia es que no tengo ninguno. No soy un pensador ni un moralista, sino simplemente un hombre de letras que transforma sus propias perplejidades y las de ese siste-ma de perplejidades alque llamamos filosofía, en formas de literatura».